30 jun 2015
27 jun 2015
el Síndrome del Lucio
En un experimento llevado a cabo en una enorme acuario con una serie de lucios, que son unos peces carnívoros capaces de comer gran número de pequeños pececillos cada vez que abren la boca, un grupo de investigadores aislaron a uno de ellos a un lado de la pecera, separándolo del resto de peces, de los grandes y de los pequeños, por un cristal transparente.
Durante un tiempo, el lucio intentó comer algunos de aquellos peces que nadaban frente a él, pero cada vez que abría su boca, golpeaba contra aquel cristal y lo único que sentía era dolor.
Pronto, el lucio dejaría de intentar cazar siquiera.
Una vez que había desistido, los investigadores retiraron el cristal que dividía la pecera y le separaba de todos aquellos peces. Pero él, para entonces, había llegado a creer que era imposible comer peces, y a pesar de nadar junto a ellos, ni siquiera intentó abrir la boca para comer. Porque en su cerebro se había implantado una sensación de dolor cada vez que lo intentaba, y la creencia de que de esa manera no podría nunca comer.
De lo que el Lucio no se dio cuenta es de que él seguía actuando como si las condiciones en aquella pecera fueran las mismas, cuando en realidad, se habían producido ciertos cambios que quizá hubieran hecho posible que en el presente los mismos actos pudieran dar lugar a resultados diferentes. Pero el lucio no solo no lo intentó una vez más, sino que finalmente se dejó morir de hambre.
El ser humano, como aquel lucio, presenta una serie de conductas y pensamientos que en infinidad de ocasiones se establecen en base a experiencias pasadas. Nuestro miedo al cambio, o el miedo a salir de nuestras zonas de confort, nos impide tomar decisiones coherentes y nos aferramos a la imposibilidad de gran número de cosas, sólo por el hecho de que en el pasado los resultados hayan sido negativos en esos ámbitos, sin ni siquiera haber constatado que las condiciones que se dan, puedan o no ser las mismas que se dieran entonces.
Hoy en día, el hecho de que ciertas creencias, la mayor parte de las veces equivocadas, se arraiguen en nuestro cerebro y no seamos capaces de hacerles frente porque la historia nos hace creer que son imposibles, se conoce como el Síndrome del Lucio.
25 jun 2015
19 jun 2015
15 jun 2015
11 jun 2015
Beginning To End - Samuel Beckett
If Billie Whitelaw was Samuel Beckett’s favorite actress, then MacGowran was his favored actor. The pair met in the bar of a shabby London hotel, an unlikely start to an “intimate alliance” that saw MacGowran collaborate with Beckett on the definitive versions of Waiting for Godot and Endgame. From this, their partnership led to a further legendary collaboration Beginning to End.
8 jun 2015
...en las desmesuradas galerías del eco...
Tiempo
te has vestido con la piel carcomida del último profeta;
te has gastado la cara hasta la extrema palidez;
te has puesto una corona hecha de espejos rotos y lluviosos jirones,
y salmodias ahora el balbuceo del porvenir con las desenterradas melodías de antaño,
mientras vagas en sombras por tu hambriento escorial, como los reyes locos.
No me importan ya nada todos tus desvaríos de fantasma inconcluso,
miserable anfitrión.
Puedes roer los huesos de las grandes promesas en sus desvencijados catafalcos
o paladear el áspero brebaje que rezuman las decapitaciones.
Y aún no habrá bastante,
hasta que no devores con tu corte goyesca la molienda final.
Nunca se acompasaron nuestros pasos en estos entrecruzados laberintos.
Ni siquiera al comienzo,
cuando me conducías de la mano por el bosque embrujado
y me obligabas a correr sin aliento detrás de aquella torre inalcanzable
o a descubrir siempre la misma almendra con su oscuro sabor de miedo e inocencia.
¡Ah, tu plumaje azul brillando entre las ramas!
No pude embalsamarte ni conseguí extraer tu corazón como una manzana de oro.
Demasiado apremiante,
fuiste después el látigo que azuza,
el cochero imperial arrollándome entre las patas de sus bestias.
Demasiado moroso,
me condenaste a ser el rehén ignorado,
la víctima sepultada hasta los hombros entre siglos de arena.
Hemos luchado a veces cuerpo a cuerpo.
Nos hemos disputado como fieras cada porción de amor,
cada pacto firmado con la tinta que fraguas en alguna instantánea eternidad,
cada rostro esculpido en la inconstancia de las nubes viajeras,
cada casa erigida en la corriente que no vuelve.
Lograste arrebatarme uno por uno esos desmenuzados fragmentos de mis templos.
No vacíes la bolsa.
No exhibas tus trofeos.
No relates de nuevo tus hazañas de vergonzoso gladiador en las desmesuradas galerías del eco.
Tampoco yo te concedí una tregua.
Violé tus estatutos.
Forcé tus cerraduras y subí a los graneros que denominan porvenir.
Hice una sola hoguera con todas tus edades.
Te volví del revés igual que a un maleficio que se quiebra,
o mezclé tus recintos como en un anagrama cuyas letras truecan el orden y cambian el sentido.
Te condensé hasta el punto de una burbuja inmóvil,
opaca, prisionera en mis vidriosos cielos,
Estiré tu piel seca en leguas de memoria,
hasta que la horadaron poco a poco los pálidos agujeros del olvido.
Algún golpe de dados te hizo vacilar sobre el vacío inmenso entre dos horas.
Hemos llegado lejos en este juego atroz, acorralándonos el alma.
Sé que no habrá descanso,
y no me tientas, no, con dejarme invadir por la plácida sombra de los vegetales centenarios,
aunque de nada me valga estar en guardia,
aunque al final de todo esté de pie, recibiendo tu paga,
el mezquino soborno que acuñan en tu honor las roncas maquinarias de la muerte,
mercenario.
Y no escribas entonces en las fronteras blancas “nunca más”
con tu mano ignorante,
como si fueras algún dios de Dios,
un guardián anterior, el amo de ti mismo en otro tú
que colma las tinieblas.
Tal vez seas apenas la sombra más infiel de alguno de sus perros.
6 jun 2015
3 jun 2015
1 jun 2015
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